Pestañas Pancha Silva

jueves, 20 de mayo de 2010

La mudanza con Pong pinota




       Mi mamá hace unos meses atrás me dijo encaramada en una torre alta de libros: ¡los días que se vienen por la mudanza van a ser una locura!.

Su advertencia fue cierta, porque efectivamente cosas muy extrañas comenzaron a notarse entre tanto movimiento de cajones, bolsas y armarios, como también el constante vaivén de objetos medios añosos que no tenían certeza de si servían o  no; o si toda la ropa verde era de mi hermana mayor, de mi abuela o de la vecina de al lado: Buf!, que confusión. En fin...

      Realmente, el asunto era caótico, tanto así que prácticamente en una semana mi familia entera, es decir entre mis padres, mis cinco hermanos, el perro junto al gato, y bah! olvidaba mi tortuga que está invernando; nos vimos todos en un cerro de tantas cosas que hasta por las ventanas comenzaron a salir volando los platos ¿se lo imaginan?. Mi casa era una locura, pero bastante entretenida.
Les contaré por qué.

Entre esos días, que no encontraba ninguno de mis juguetes, me senté en el escalón de la cocina –un poco aburrida y melancólica– empecé a entonar una canción que no sé de donde la había escuchado: "Pucha! no tengo mi radio para grabarla!" me lamentaba mirando a mi alrededor las rumas de cajas, cajitas y cajones de cartón que guardaban mi radio y micrófono. De pronto, en el mismo momento en que suelto un suspiro, escucho un sonido que sin mucho parpadeo por mi asombro, entona la misma melodía que yo había hecho hace unos segundos. El juego lo seguí de inmediato, repetí mi melodía y este misterioso sonido con esfuerzo repitió con una similar entonación. Volví a insistir con otro melodía, pero un poquito más lenta para no hacerle esforzar demasiado, y esta vez, con más ligereza la melodía entonó y respondió con un ritmo más seguro. Entre esa ida y vuelta melódica, repentinamente suena algo que viene de una caja de cartón, me asusté y miré hacia dentro: ¿no saben? era la tortuga pegando un largo bostezo en su sueño invernal. Retomé mi asiento, como también la tortuga su sueño;   me dediqué de forma oficial a buscar el sonido misterioso que se escondía entre los recovecos de mi casa embalada casi por completo de cartón. Es así como empezó el asunto,  yo decía piiii, y me decía piiii; decía peee y me repetía peee; luego entonaba un paaa, y  respondía paaa. De juego en juego, ritmos por ritmos, terminé encontrando este misterioso objeto, y al mismo tiempo, la atención de mi perro y mi gato, junto a Federico mi hermano menor parado a mi lado.
 
       Finalmente no era nada más que una pelota de pin pong, de esas que juegan los chinos con tanto vigor, en realidad esta pelota tenía cara de sueño y estaba bastante aburrida en ese rincón, que al parecer por un largo tiempo había caído ahí mismo donde la habíamos encontrado. Muy curiosa, le pregunto si ella era quien hace la melodía y me respondió diciendo: piiiipeeepaaa, y al mismo tiempo, asistió con una delicada inclinación de su cuerpo muy redondito, y pude notar en su forma unos hoyitos por donde salían sus familiares sonidos.
“Yo te conozco”, le dije. “Por supuesto que nos conocemos y hace muchos años” me dijo; “¡Tu eres la melodía que hace artos días vengo cantando!” exclamé con asombro. Efectivamente, esta pelotita de pin pong, que a pesar de tener contadas formas de emitir sus melodías, por alguna razón dejaba en uno la posibilidad de armar toda una orquesta de infinitas canciones. Esta pelota de pin pong, que Federico insistía en decirle pong pin, quedó por llamarse Pong pinota, en honor también a sus poquitas y delicadas notas.  Pong pinota estaba cochina, llena de pelusas, pero pidió que no le quitaran nada de lo que llevaba encima, porque así con lo que tenía puesto ella estaba contenta. Y tenía mucha razón, porque llevaba una pajita transparente que se la ponía como sombrero y con un pequeño esfuerzo, que la hacía ponerse un poco colorada, nacía su piiiipeeepaaa.
A fin de cuenta, esta pelota tomó la atención de todos en la casa, hasta la tortuga se permitió abrir solo un ojo.

Cuento corto, nos encontrábamos sentados entre las largas pilas de cajas de cartón, conversado con la nueva integrante de la casa. Sentía que a Pong pinota la conocía desde antes:
                                     ¡me faltaban dedos de mis manos para poder contar los años!

       Pong pinota era por momentos silenciosa, y a todos nos miraba lentamente. Como al pie inquieto de Federico; las langüetiadas del gato en su cola, el jadeo de mi perro y los inoportunos bostezos de la tortuga asomada en su caja. Esta pelotita lo observaba todo, y me dice: “El parpadeo de tus ojos, tiene un ritmo muy parecido al pie inquieto que mueve Federico, y esa langüetiada de tu gato está en armonía con el jadeo de tu perro, ¿sabías?”. Todos en 1, 2 por 3 paramos nuestra actividad, hasta el crujir de la casa quedó en silencio. El mundo entero no dijo nada, ni hasta una polilla aleteo entre tanto delicioso cartón. Pong pinota se puso a reír, “No se asusten”. Y con su leve sonido comenzó a entonar su piiiipeeepaaa. Y yo comencé a parpadear, Federico movió su pie, el gato se siguió langueteando y el perro comenzó a jadear. Todo empezó a tener cierta normalidad. Estábamos sorprendidos, había algo muy extraño que Pong pinota hacía en nosotros, pero no queríamos cuestionarnos tanto las cosas, aquí la idea era pasarlo bien en un sábado por la mañana mientras la mayoría de la casa dormía agotados por la mudanza. Entre el piiiipeeepaaa, mi melodía que tanto balbuceaba la comencé a cantar; el crujir de la madera de la casa se comenzó a notar y el resto me acompañaba con su compás que hacían sonar. La melodía tomaba un ritmo, y las locuras de la mudanza tomaban postura en el asunto musical. La cima de cajas de cartón se giraban como tuercas, los platos volaban por las ventanas, el vestido verde flotaba desde el segundo piso, las polillas revoloteaban ansiadas, Federico inquieto movía su pie y reía y yo cantaba e inventaba mis melodías. Pong pinota como siempre –bajo ese escalón– entonaba su piiiipeeepaaa junto al resto. Finalmente entendí que en toda la casa siempre había estado esta melodía, que entre tanto y tanto desde siempre yo me la conocía.


Aquí una foto de Pong pinota sobre mi mano